22 abril 2010

TRES VECES MAL MUERTO





















Qué cansino es esto, comentó en voz alta Mariano dentro del luminoso túnel en el que en un segundo vio desfilar su vida.

Esa vida que se había empeñado toda la vida en olvidar. Se revolvió todo, ya estaba bien de bromitas, y es que al fondo del corredor le esperaban con los brazos abiertos de par en par los extintos merluzos y sirenas que en algún momento le habían estropeado la existencia.

No es que fuera un católico entregado, pero en fin, creía en sus cositas, y la verdad, opinaba que era digno de algo mejor, y no estaba dispuesto a pasar otra vez por lo mismo.

Así que apelando a su mal carácter, tomó impulso, pataleó en el aire, y con un perfecto volatín giró en redondo, saliendo de aquel ominoso cono que según su espeso juicio no le depararía nada bueno.

Este alarde de chulería sorprendió a aquellos benditos y benditas que lo tenían por un tipo flojo y poco resolutivo; solo su ángel de la guarda, testigo de cómo se las gastaba de vez en cuando su pupilo, solidario, amagó sin mucho celo un intento de detención, más que nada por salvar la cara -bueno se pone el jefe si no se remata bien el trabajo-

Así pues, nuestro particular custodio, dueño de una eternidad, con una graciosa pirueta lo siguió radiante, también el estaba hasta las plumas de la anterior vida de Mariano, y esperaba algo muchísimo mejor.

Bien, volvamos al inicio del hecho, que no del cuento: el pirulo de la ambulancia aullaba a placer alterando el ánimo de los anónimos transeúntes cuando en el interior de la medicalizada le aplicaban por tercera vez el protocolo de reanimación.

Y es que la doctora, un poquito neófita pero con buen ojo clínico, creyó intuir que su diafragma se levantaba y se acostaba, se levantaba y se acostaba; tenía razón. Por esas cositas raras del hado, su maniobra, la de Mariano y la del custodio convergieron en aquel esperanzador acto médico.

Nuestro tres veces mal muerto abrió un ojito, después el otro, parpadeó, resopló, tosió y, para no dejarme nada, jadeó. ¡Qué mala pinta tenía el infartado!

Pero ¡oh Dios mío! En su campo visual, como por ensalmo, asomó un ángel rubio -Doctora Nerea García llevaba bordado en el batín-. Un apasionado y electrizante beso acompasó sus dos corazones a ciento sesenta latidos por minuto; una barbaridad.

Mª Victoria Gil Arregui

3 comentarios:

  1. Muy divertido!! me parece genial la idea de la rebelión y el tono con el que nos vas narrando la historia porque te hace empatizar con el bueno de Mariano. Además frases como "Esa vida que se había empeñado toda la vida en olvidar" o como haces que nos imaginemos a los extintos merluzos. Muy bueno

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  2. ¡Qué lio! En el tránsito de la vida y la muerte, cuantas volteretas. Muy gracioso e ingenioso. Victoria, como siempre llena de humor. Mertxe

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  3. '¡Qué mala pata tenía el infarto!' Gracias Victoria. ElBox

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