13 septiembre 2010

Patti Foqui













Me gustas porque eres crumbiana. Ya sabes, como las chicas de los tebeos de Robert Crumb. Si te lo habré contado un millón de veces: excesivas, contundentes, corpulentas, rollizas; grandes en estatura y perímetro. Aunque eso no es lo único que me gusta de ti. Desde el principio me sentí atraído por detalles como tu forma de hablar, vulgar pero inocente, o los granos que pueblan tu cara. No sé, me sugieren un desorden hormonal que me pone muchísimo. Además, tu falso descaro al vestir con ropa tan ceñida no me provoca más que ternura.

Los chicos de tu edad no te merecen, y ni siquiera saben lo que se están perdiendo. Patti Foqui. No me hace ninguna gracia que te llamen así; para mí siempre serás Patricia, el nombre por el que te llama tu padre cada vez que te humilla, o cada vez que te habla, que viene a ser lo mismo. Eres el hazmerreir suele ser su frase más recurrente, y a mí nada me reconforta tanto como tu previsible respuesta de adolescente, dando un portazo y encerrándote en tu habitación con la música a todo volumen.

Él no es mala persona. El problema es que no te pareces en nada a la hija que le hubiera gustado tener. Por eso se desentiende tanto de ti. Creo que ya te conté que una vez yo también fui padre, hace muchos años. Él ahora tendrá un par de años más que tú. Por eso no puedo juzgar a tu padre, porque sé que yo también podría haberlo hecho mucho mejor. De todas formas tienes que reconocer que desde el primer momento fue muy simpático conmigo. Pobre, el muy inocente nunca sospechó de lo nuestro.

Aunque ya debería haberse dado cuenta de que tu público está formado por hombres mucho mayores que tú. Hombres con la suficiente madurez y el carácter necesario como para admitirse a sí mismos que tu rotunda figura les provoca más fantasías que un cuerpo de mujer con mayor aceptación social pero menor opulencia en la intimidad. Podría incluso decirse que atraes al tipo equivocado de hombres, aunque no voy a ser yo quien lo diga. Porque, ¿acaso es mejor que salgas con esos niñatos disfrazados de raperos que van a tus fiestas? ¿Esos mocosos que cada dos por tres llaman confundidos a mi puerta, borrachos y visiblemente colocados? No, desde luego que no. Ellos sólo se aprovechan de ti, de tu necesidad de gustar.

Y son incapaces de ver lo adorable que eres.

Al poco de conocerte, antes incluso de hablar contigo, fue cuando empezaron a invadirme todos aquellos deseos tan contradictorios: quería darte una lección, como a la adolescente descarada y rebelde que eras. Aunque también me apetecía follarte y arroparte por las noches, y hablar contigo sólo de cosas bonitas. La verdad es que no tardé en satisfacer los tres primeros deseos, pero tú nunca cooperaste demasiado para que el cuarto se cumpliera. ¿Por qué me tratabas con tanta dureza? Yo desde luego siempre estuve esperanzado.

Y ya ves que al final tampoco nos ha ido tan mal, ¿no?

Recuerdo que al principio siempre me preguntabas por qué te compraba tantos bollycaos y tigretones, aunque ni siquiera esperabas una respuesta antes de comértelos a pares. Simplemente quería que no pasaras hambre. Igual que la bruja de Hansel y Gretel, que los cebaba antes de comérselos. Je, je, resulta irónico que antes fuese yo quien te alimentaba y ahora me alimentes tú a mí.

Patricia, con todo esto sólo quiero decirte que creo que me estoy enamorando de ti. Cada vez te siento más cerca, más dentro. Otro mordisco a tu muslo; otro bocado de tus pómulos pecosos.
Me encanta comerte, saborear hasta el último trozo de tu carne; chupar tus huesos, tragarme tu hígado y, finalmente, morderte el corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario