02 marzo 2010

La momia andina
















Cuando Juanita caminaba por el altiplano andino vigilaba con sus ojos grandes y negros todo el horizonte, y de vez en vez miraba hacia atrás.
Con pasos cortos y rápidos, seguía al rebaño de alpacas de cuellos erguidos que avanzaban rumiando los últimos bocados de hierba seca.
Llegó al pie del volcán Ampato, la montaña sagrada. Juanita miraba todo con las pupilas contraídas, cegada por la intensa luz del medio día. Aquella montaña le sobrecogía, el labio inferior le temblaba, y sus pequeñas manos aferradas a un largo bastón ahogaban la madera. Miró en todas las direcciones posibles, y su cuerpo, hierático como las estatuillas funerarias, permanecía quieto. La primera alpaca comenzó a subir por un angosto sendero, la fila se hizo larga, y con paso andino todas ascendían a la cumbre sagrada de los dioses Incas. Juanita cerraba el desfile de los cuellos largos que exhibían una lana espesa y blanca. Ahora, Juanita solo tenía ojos para fijarse en el sendero rocoso que se cortaba en pico hacia un vertiginoso abismo de rocas desordenadas, su boca también parecía rumiar hojas de coca, la respiración agitada se dejaba oír como un eco en el vacío del miedo.
Al final, ya casi en la cima de la cumbre, se oyeron las plegarias de un grupo de sacerdotes con los brazos en alto, clamando perdón y protección a los dioses.
Juanita retrocedió sobre sus pasos, dejó caer la vara, y apretó su espalda con fuerza contra la pared escarpada del Ampato. Cerró los ojos y los labios se sellaron formando una línea verdosa. Así permaneció durante algunos segundos, pero la última alpaca de la fila le delató, las piernas fueron cediendo hasta que sus rodillas encontraron la piedra húmeda y fría por el hielo andino.
Notó como muchas manos se aferraron a su ropa, y la fetidez del aliento sagrado ahogó la esperanza de libertad. A partir de ese momento, la nada.
De aquello solo queda un testigo, el volcán Sabancaya, que al fin habló con su lengua de fuego, y el hielo perenne mostró sus entrañas.
Un paleontólogo descendiente de los Incas acarició las laderas milenarias de hielo perpetuo, y tras la masa traslúcida de la momia, pudo observar su cabello largo, el cuello fino y el cuerpo esbelto, con los brazos bien musculados. Estaba vestida con ropa de colores de una rica lana de alpaca.
En lo más alto de la montaña sagrada Ampato, Juanita dormía para siempre desde hacía más de quinientos años sobre una tumba de hielo anónima. Juanita, ahora la momia andina, estaba a más de seis mil metros de altura junto a una estatuilla fúnebre, hojas de coca y cereales, sin duda, vigilada por los dioses que exigieron su sacrificio.

Miguel Artola Fernández.

5 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho la recreación del ambiente, de aquella cultura (no carente de cierto grado de locura, como todas al fin y al cabo. Genial cómo transmites las emociones de la protagonista con simples descripciones: manos aferradas al bastón ahogaban la madera...; los labios se sellaron formando una línea verdosa...; las piernas cedieron hasta que sus rodillas encontraron la piedra húmeda...; la respiración se dejaba oir como un eco en el vacio del miedo...
    Creo que es un relato interesante

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  2. Totalmente de acuerdo con vapor de agua, una historia muy bien contada. Mertxe

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  3. De acuerdo con mis compañeros. Te trasladas al instante a la epoca y la cultura, y vives la ascension del volcan con Juanita, sintiendo su angustia ante su terrible destino.

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  4. Me parece un relato gestado y mimado durante tiempo y muy felizmente alumbrado.
    Pocas palabras expresan una onamatopeya mental tan fuerte como fétido, fetidez; la expresion de "la fetidez del aliento sagrado" ya presagia un terrible final. Emociona y conmueve.

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  5. Te mantiene alerta durante todo el relato y desde el primer momento se respira ese ambiente de aquella época, de aquel momento.

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