05 marzo 2010

PABLITO
























http://www.youtube.com/watch?v=7ZwXhmTyL9g El autor recomienda visitar esta página para ir ambientandose.


En mi barrio, en la acera de enfrente, en el 45, vivía Pablo Santaolalla Martínez. Pablo era un genio; cuando estábamos en tercero fue el primero en aprenderse la tabla del 7 que yo creo que es la más difícil, y era el único que saltaba, sin apoyar las manos, los mojones de piedra que estaban enfrente de Correos. Los demás los saltábamos, sí, pero apoyando las manos, y eso, quieras que no, no es igual; Mariano el gordo, ni eso, siempre lo intentaba pero no había manera.
Yo estaba orgulloso de ser vecino y amigo de Pablo. Volvíamos juntos del colegio; al ir por la mañana no, porque mi madre siempre me acompañaba hasta el mercado cubierto, donde ella se quedaba a hacer la compra diaria; entonces no había frigoríficos, bueno nosotros al menos no lo teníamos.
Pablo tenía radio en casa y los domingos por la tarde oía los partidos en “Tablero deportivo” y se sabia las alineaciones de memoria y hablaba de Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza, o de Olmedo, Sobrado, Pahíño, Joseíto y Molowny como si fueran parientes o amigos de la familia, y si alguno dudaba de lo que él decía, añadía “¿Vas a saber tú más que Matías Prats?”, y ahí se terminaba la discusión.
Era junio, a finales de curso, un lunes sin entrar a clase, cuando estábamos en filas; a los de tercero nos mandaron a casa hasta el miércoles, sin más ni más; yo volví solo, porque Pablo no había venido, como si supiera que iba a haber fiesta.
Fueron dos días raros, mi madre me mandaba a la calle, yo bajaba con mi peonza, y cuando me aburría de bailarla me sentaba en el peldaño del portal, esperando a ver si bajaba Pablo, pero Pablo no bajó ninguno de esos dos días.
El miércoles volvimos clase, la clase olía raro; en el recreo Domingo dijo que habían echado zotal, que su padre lo echaba en el gallinero para que no hubiera pulgas, pero Daniel, que era hijo de Doña Carmen, la profesora de párvulos, dijo que no era por las pulgas, que era porque Pablo Santaolalla Martínez tenía meninguitis, que se lo había dicho su madre.
Al volver se lo conté a mi madre y ella me corrigió: ”No se dice meninguitis, sino meningitis, y es contagioso así que ojo con acercarte a Pablito”.
Pablo ya no volvió a clase en lo poco que quedaba de curso, ni tampoco en cuarto, ni en quinto, ni tampoco le vi en la calle en esos dos años.

Después de quinto unos fuimos a la escuela profesional de los salesianos, otros a estudiar bachillerato a los Maristas y otros empezaron a trabajar de pinches en una carpintería, o en un taller y a estos les envidiábamos todos. Mariano el gordo fue el que más suerte tuvo, se colocó de botones en el Hotel París, y cuando pasaba por delante de la puerta allí estaba siempre él con su uniforme rojo y sus botones dorados, y a veces sacaba una pitillera dorada, a juego con los botones y me daba un cigarrillo “Toma”, me decía, “Es un Pall Mall king size” , y cuando yo le preguntaba si eran americanos de verdad, el levantaba la barbilla, echaba el humo en circulitos inflando sus mofletes y luego añadía “Nos ha jodido”.
Fue al final del primer curso de la profesional cuando volví a ver a Pablo: estaba junto a su portal, sentado en una silla. Me acerqué a él, un Pablo tan distinto, claro que habían pasado tres años, pero aun así, los pies torcidos con las punteras hacia dentro, las manos medio cerradas sobre los muslos, la entrepierna mojada. Pablo alzó la cabeza y con dificultad dijo “Joseíto, Marchal, Di Stéfano, Rial y Gento”, y sus labios lograron una difícil sonrisa. Eso era en el 56, cuando el Madrid ganó la primera copa de Europa.
A Pablo las tardes de sol su madre le bajaba junto al portal en una silla, y muchas tardes yo me sentaba junto a él en el escalón del portal y le leía el Marca que pedía prestado a Maribel, la del bar de la esquina.

Han pasado muchos años, mas de cincuenta. Pablo sigue viviendo en la misma casa, ahora tiene ascensor, y las tardes en que el Madrid juega la copa de Europa yo voy a buscarle; su hermana Marisol, que se quedó soltera y vive con él, le abriga con una bufanda del Madrid y nos vamos hasta la cafetería que tiene Mariano; Mariano se casó con una negra de Jamaica, Marlene, asombrosa, espectacular, por eso la cafetería se llama Jamaica y allí estamos, tan ricamente, viendo el partido por la tele. Ahora ha puesto una de plasma de 40 pulgadas, se ve mejor que en el campo; Mariano nos saca algo de picar y si puede se queda con nosotros a ver el partido. Ayer, de vuelta a casa, mientras yo empujaba su silla, Pablo me dijo: “Este año el Madrid gana la décima”. “Sí, hombre, porque tú lo digas”, le contesté. Yo siempre he sido más del Barça.
(Por cierto, no sé si lo he dicho, Marlene, la mujer de Mariano, ¡increíble!).


TSB 2010

4 comentarios:

  1. Muy bonita la historia y la has ambientado muy bien. Mertxe

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  2. Una historia preciosa. Me encanta como transmites las sensaciones de la vida de un niño, su vision de las cosas, con pequeños detalles que nos transportan a su epoca. Las cosas que son importantes en su mundo, como las alineaciones o quien es capaz de saltar el mojon.
    Y con mucha ternura nos cuentas el paso del tiempo y como la vida va transformando a cada uno.
    Una preciosa historia de amistad a traves del tiempo.

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  3. Preciosa historia. Me ha encantado. Increíble cómo en unas pocas líneas consigues que se coja tanto cariño al protagonista (o a los dos protagonistas). La narración transcurre genial, rápido y a la vez pausada, acompañados de todos esos personajes que rodean su vida. Me gustan mucho las referencias a personajes que nos sitúan perfectamente en una época y que crean un ambiente estupendo para el desarrollo de la historia.

    Un mini-pero, al inicio del relato se dice "En mi barrio, en la acera de enfrente, en el 45, vivía Pablo Santaolalla Martínez". Vivía, pero Pablo sigue viviendo en esa casa hoy en día.

    Me ha parecido un relato muy muy bueno. Una gran historia de amistad. ¡Genial!

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  4. Gracias, sois muy generosos. En cuanto al mini-pero tienes toda la razón, mas, pero, empero, no obstante, para justificarme diré que el medio siglo pasado
    (avive el seso y despierte
    contemplando
    cómo se pasa la vida...)
    hace que los pájaros de hogaño sean muy distintos de los que hubo en el nido de antaño.

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