23 marzo 2010

Mirar mal






Hoy me han mirado mal. Me ha mirado mal el vecino del sexto izquierda, el vendedor de prensa del quiosco de la esquina, el policía municipal que estaba junto al paso de peatones, y la conductora de autobús de la línea treinta tres.
Hay veces que la gente mira mal, aunque no se sabe muy bien qué es eso de mirar mal. Mal mira quien mira sin mirar, quien esconde los ojos, los que miran al suelo cuando te hablan, o miran con desprecio porque es tan temprano que les molestas.

Estábamos todos en corro, formando un círculo, mientras el director del centro de formación profesional nos hablaba de todo lo que teníamos que hacer durante el curso. Lo hacía mirándonos bien, a la cara, de frente. Con mirada inquisidora, terrible y amenazante, pero nos miraba bien.
El muchacho que estaba junto a mi tenía doce años, los mismos que yo. Él era alto y delgado, más flaco que delgado, con los hombros algo cargados por eso de crecer rápido. Todos decían que para su edad era muy alto, aunque después, cuando se hizo mayor del todo, no creció mucho más.
El muchacho le miró mal al profesor, al menos eso le pareció a él, según dijo. Le miró de arriba a bajo con un aire de desprecio barrio bajero.
La enorme mano del maestro voló por el aire y una sonora bofetada estalló en la pálida cara del muchacho. Giró como una peonza y cayó al suelo, pero como un resorte recuperó la verticalidad, incorporándose de nuevo al corro.
Se guardó un minuto de silencio forzado por el suceso y el susto. El profesor bufaba con la fuerza de una locomotora a vapor, removiendo el aire de la escuela.
Los ojos azules del maestro de taller miraron bien más que nunca, nos taladró con sus pupilas, se bajo las gafas hasta la punta de la nariz y nos analizó con sus ojos como dos cubitos de hielo. Nos advirtió de que a él no le miraba mal nadie, y menos un insignificante alumno de formación profesional.
Desde entonces, he procurado pensar de que nadie me miraba mal, no fuese que tuviera que liarme a trompazos con la gente, pero con el tiempo me he dado cuenta de que mirar mal está en los genes de los humanos, porque quienes no miran mal son las vacas en el campo; simplemente miran por mirar, y no hay peor cosa que mirar por mirar, sin saber qué se mira.

Miguel Artola Fernández.

2 comentarios:

  1. Todo un repaso sobre la importancia de la mirada. Solamente, un detalle, yo creo que las vacas no miran por mirar, seguro que hay alguna razón en su mirar. A veces, no somos capaces de entender el lenguaje de los animales. Por lo demás, me gusta tu cuento. Mertxe

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  2. Me gusta el relato, Miguel, con esa especie de juego de palabras y contradicciones entre mirar bien y mal. Me gusta mucho el final: y no hay peor cosa que mirar por mirar, sin saber qué se mira.
    Aunque a veces, es genial perder la mirada sin saber qué se mira y mirar por mirar dejando que el resto de los sentidos dejen descansar a la mirada.

    NOTA: Imposible imaginarme a Paul Newman, con esos ojazos, mirando mal. ;)

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