19 mayo 2010

LA ISLA DESIERTA

















John salió de la tienda de campaña. La niebla era muy intensa. Avanzó unos metros hasta distinguir junto al embarcadero la borrosa silueta de su motora. Cruzó sus brazos y se encogió de frío.
-¿Qué haces ahí fuera? -preguntó Jenny incorporándose y frotando sus somnolientos ojos-. ¡Qué frio! ¿Es esta la encantadora isla desierta en la que íbamos a pasar el fin de semana? No me extraña que no haya nadie. Esto es un congelador.
-¡Mira! -dijo John, señalando sobre la cabeza de Jenny.
Las palabras que ella acababa de pronunciar se habían quedado heladas en el aire.
-¿Qué es esto? ¿Qué está pasando? -asustada buscó amparo entre los brazos de John.
-No es posible. ¡Mira! Todo lo que decimos queda escrito en el aire.
Primero la sorpresa y después el temor empezaron a apoderarse de ellos. Cada vez había más palabras a su alrededor. Llegó un momento en el que apenas podían avanzar, y fueron a resguardarse en el interior de la tienda de campaña. En ésta las palabras no eran visibles, sino solamente sonidos., así que decidieron permanecer dentro hasta que la niebla desapareciera, confiando en que ésta se llevaría también todo lo escrito
-Nunca había visto nada igual -dijo John.
-Cuando lo contemos no nos van a creer -comentó ella-. Anoche cuando llegamos todo parecía tan normal…
-Yo creo, Jenny, que ha sido cosa de la helada que ha caído esta noche, pero… ¡Mira! Parece que se está levantando viento.
Los dos se asomaron al exterior y contemplaron cómo el velo blanco se desplazaba rápidamente hacia el este, dejando al descubierto la motora, el embarcadero, el sendero, los árboles, el cielo…
-¡John! -gritó la mujer señalando hacia la dirección opuesta.
El viento agitaba violentamente la embarcación, que al igual que el embarcadero desapareció del paisaje. La ráfaga siguiente difuminó el sendero hasta hacerlo invisible. Los árboles perdieron sus altas ramas, y después sus troncos. La nada los sustituyó. Y al mirar a lo alto, la pareja descubrió cómo el azul del cielo daba paso a un blanco devorador que, cayendo sobre, ellos borró su presencia del paisaje.
Cuando el viento cesó, el sol volvió a brillar de nuevo y la isla recuperó su aspecto habitual. Al embarcadero se acercó una nueva motora de la que saltó un hombre que, mientras ayudaba a su compañera, le decía:
- Hemos llegado. Ya verás qué bien lo vamos a pasar. No entiendo cómo hoy en día esta isla sigue desierta.


Maite

2 comentarios:

  1. Miedo me da la niebla que comienza a surgir por Igeldo.
    :)
    Me ha gustado mucho el relato.
    Txitxarrillo

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  2. ¡Qué bueno! Me ha enganchado desde la primera línea. Me ha parecido una idea muy buena. ¡Ole, Maite!

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