05 mayo 2010

Quizá, la última noche









Después de una noche eterna, la luz volvía a surgir en lo alto de la grieta aunque el frio no remitiera todavía. Completamente encogido luchaba con una incontrolable tiritona que de vez en cuando le provocaba una fuerte convulsión y terribles dolores en la pierna fracturada.
Aunque había intentado cubrirse con todo lo que llevaba en la mochila, la noche había sido terriblemente fría y sabía que estaba cercano a una hipotermia irreversible. A pesar de ser primavera, las temperaturas por encima de los mil metros eran todavía invernales y no tenía ninguna posibilidad de resistir otra noche más.
Andar solo por zonas poco frecuentadas del pirineo no era lo más prudente del mundo, pero cada uno tiene sus pasiones, se decía, y tiene que asumir sus riesgos. Nadie le esperaba en casa, nadie sabía dónde estaba y allí no había cobertura. Si no conseguía salir por sus propios medios estaba muerto.
Con el sol ya en lo alto, las temperaturas subieron lo suficiente como para que a ratos dejara de tiritar y pudiera pensar con más claridad. Toda la fuerza del sol primaveral llegaba hasta el fondo de la grieta mezclado con la humedad de sus paredes, y un olor a monte que normalmente le hubiera hecho cerrar los ojos y abandonarse al disfrute le recordó lo lejos que estaba de cualquier sitio y lo cerca que estaba de terminar sus días en esta tumba natural a cinco metros de la superficie.
Tumbado boca arriba, probó a moverse. Intentó arrastrar la pierna y un latigazo de dolor le sacudió todo el cuerpo. Lo volvió a intentar con más cuidado, y controlando el dolor consiguió quedar medio sentado, apoyado en la roca. La pierna rota palpitaba como si fuese ella la encargada de bombear la sangre al resto del cuerpo; podía sentir perfectamente el latido en sus sienes.
Cuando consiguió reponerse, miró a la pared frente a él y la estudió. Recorrió mentalmente los apoyos para las manos y la pierna, y los memorizó. Después cerró los ojos y acarició despacio la roca que quedaba a su lado, intentado buscar en ella algo de compasión, algo de ayuda. Sin la pierna rota y con las fuerzas que le había robado la noche no hubiera tenido ningún problema en salir de allí, pero sabía que ahora era distinto. No podía contar con su destreza de escalador, y cada movimiento iba a ser un calvario. Solo tenía una oportunidad, si volvía a caerse con la pierna rota no podría volver a intentarlo.
Cogió aire, apretó los dientes y con un aullido terrible se puso en pie sobre la pierna buena. Le costó unos segundos eternos controlar los temblores de su cuerpo entumecido y abstraerse del dolor, pero con pequeñas gotas de rabia y desesperación resbalando por sus mejillas se agarró al primer saliente y tiró con fuerza. Cada avance era un grito rabioso y cada nuevo apoyo una puñalada desgarradora que había que resistir. No había otra opción, salir o morir.
Subió, subió y lloró hasta que ya no quedaron gritos que lanzar o espacio por apuñalar y, después de una eternidad arrastrándose por la mismísima pared del infierno, por un instante vio el cielo antes de salir al exterior y quedar exhausto sobre la hierba sin fuerzas para nada más.
En algún momento de su agonía creyó oír un ladrido lejano. pero la oscuridad le atrapó de nuevo hasta que al cabo de un tiempo indefinido sintió una áspera lengua lamiendo su cara. Aunque casi inconsciente, supo que estaba salvado, y sin abrir los ojos sus labios se curvaron en una imperceptible mueca de agradecimiento.

Julio

1 comentario:

  1. Me gusta. Es como si bajase con el montañero al fondo de la grieta.

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